En el mundo de
Aleiea, las naciones, pese a hallarse atravesando un periodo de relativa paz,
han desarrollado cierta desconfianza las unas hacia las otras. Es probable que
un seritio te recomiende que no te fíes de un salix: atacan furtivamente,
escondidos en las sombras, y no se enfrentan a campo abierto. Un menéreo te
dirá: no te fíes de un seritio. Mener y Setia llevan años sin enfrentarse en batalla,
pero haber librado siete guerras ha fraguado entre ambas naciones un recelo que
no desaparece fácilmente. Por otro lado, muchos, de naciones distintas, te
advertirán que desconfíes de los rakk. Los rakk esconden algo, todo el mundo lo
sabe; tienen un secreto que no desean contar, quién sabe por qué siniestra
razón…
Para
un nuan, la máxima sobre la confianza se reduce a un concepto muy sencillo: no
te fíes absolutamente de nadie.
Desde
que fueron traicionados y esclavizados en lo que ellos consideraban el Paraíso,
los nuan han aprendido que cualquiera puede ser un enemigo. No importa de qué
nación proceda, ni qué palabras de amistad utilice. Todos mienten, todos
engañan. Incluso los dioses pueden traicionar la confianza. Es por eso que hace
centurias que los nuan han dejado de dirigir sus oraciones a los cielos. Ya no
recuerdan si antaño creían en un dios encarnado o una fuerza de la naturaleza.
Ahora sólo se refieren a «eso» como El Vano; algo a lo que no merece la pena
dedicar plegarias, porque hace mucho que dejó de contestarlas.
No,
los nuan no necesitan la misericordia de un dios; han comprendido que en este
mundo de crueles intenciones sólo puede alcanzarse el Paraíso si se lucha por
él. Años de endurecer su corazón, generación tras generación, ha transformado
el combate en un elemento sagrado. El combate les lleva a la purificación, le
libera, en cuerpo y espíritu; por eso un nuan jamás, jamás, jamás rechazará un
reto para combatir, incluso si éste significa la muerte.
Pero, ¿morir?
¿Qué es la muerte para un nuan, al fin y al cabo? Otro proceso más en la
existencia de un alma eterna, una oportunidad de luchar en forma de antepasado,
al lado de los vivos. Porque los nuan, dado que no tienen Paraiso, ni dioses,
tampoco tienen lugar para el descanso de sus almas. Cuando un nuan muere, su
espíritu ocupa el cuerpo de un compatriota vivo. De este modo, los nuan mortales
albergan decenas, y hasta cientos de espíritus de antepasados que les aconsejan
en sueños, les enseñan técnicas y conocimientos y les alientan para continuar
luchando. Ni siquiera durante la muerte el nuan descansa; incluso en ésta, la
pelea continúa.
La
pelea, siempre la pelea.
Los
nuan han perdido su tierra, sus dioses y su libertad. Han perdido lo que eran,
el pasado y los recuerdos, pero no el futuro. En cada nuan arde un deseo por la
libertad, por la unión de sus hermanos en un único pueblo, en una nación que
prospere mostrando a los demás que si se lucha puede conseguirse cualquier
cosa.
Porque
un nuan nunca se rinde; un nuan jamás cede.
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