viernes, 30 de marzo de 2012

El espíritu de fuego de Nuan Taii


Hace muchos años, demasiados para recordar una fecha exacta, el pueblo nuan vivía al sur de la tierra de Mener, en una zona agreste y cálida, pero que producía agua y comida suficientes para alimentar a cada tribu. Los nuan contaban os días tranquilos y sin más sobresaltos que el de los ocasionales conflictos que surgían entre cada poblado. No había nada que alterase su paz; el sol surgía cada mañana por el mismo lugar, calentaba la tierra hasta hacerla quemar, y volvía a ocultarse. Los chamanes cuidaban del pueblo con su sabiduría y sus conjuros, como guías espirituales de las divinidades, haciendo todo lo que éste dictase. 

Pero un día, los nuan entrecerraron los ojos, buscando abarcar más con su mirada. Desearon saber qué tierras se escondían al norte. Una antigua leyenda, transferida por cada generación de chamanes, decía que en aquella dirección se encontraba el Paraíso; una tierra abundante en alimentos, bañada por un río tan caudaloso que nadie había visto jamás su fondo. Un lugar en el que no tendrían que volver a invocar las lluvias en temporada de sequías, ni a resguardarse en la sombra a mediodía.
            
De este modo, los nuan decidieron unir fuerzas, solucionar las pequeñas diferencias que distanciaban a cada tribu, y unirse en un objetivo común: hallar el Paraíso. Miles de familias emprendieron un éxodo hacia el norte, guiados por un centenar de chamanes, en un viaje que se extendió durante semanas. Hasta que, al fin, los ojos de los vigías captaron algo a lo que no lograron ponerle nombre: era el gran río de las leyendas, tan largo que desaparecía sobre la línea del horizonte, y a su alrededor creía tal cantidad de vegetación que la tierra se tiznaba de verde. Se trataba de una visión que arrebataba el aliento.
            
Saltando y cantando de alegría, los nuan corrieron a su Paraíso. Pero cuando refrescaban sus cuerpos en las aguas cristalinas del río, cuando se deleitaban con el sedoso tacto de la hierba; cuando, cansados del viaje, llenaban sus pulmones con una brisa apacible, los sorprendió un acontecimiento que no esperaban.

No estaban solos.
            
Allí vivía otra gente. Una nación que los triplicaba en número, y mucho más avanzada. Los nuan les tendieron la mano, pero aquellos hombres les devolvieron una mirada altiva, una sonrisa desdeñosa… y un latigazo.

El pueblo Nuan Taii fue esclavizado por los habitantes de su paraíso; la poderosa Méner. Hombres y mujeres, niños y ancianos fueron obligados a realizar trabajos de una dureza tan extrema que en los primeros días cientos terminaron muriendo de pura extenuación. Cada amanecer, el Paraíso los saludaba con su belleza, pero al poco tiempo el aire se llenaba con el restallido del látigo, con los gritos de los afligidos y con el llanto de los que habían visto rotos sus sueños. Los nuan maldijeron el día de su llegada, maldijeron las leyendas, la religión, la tierra… y también maldijeron a la fuerza divina que, como una macabra burla, había decidido conducirles hasta aquel horroroso lugar.
            
Maldijeron una y otra vez, con cada orden de sus capataces, con cada muerte de sus compatriotas. Maldijeron sin cesar, y su corazón se endureció. Con el paso del tiempo, los nuan dejaron de recordar el sentido de las plegarias, de la misericordia. Habían comprendido que no había más Paraíso que el que uno debía forjarse, y que para alcanzarlo era necesario poseer un espíritu de fuego, inconmovible y dispuesto a enfrentarse a cualquier peligro. Asimilaron que cualquiera que deseara un lugar para el descanso de su alma debía luchar para ganárselo. De este modo, entrenaron sus cuerpos en la doctrina de la supervivencia ante cualquier riesgo y en la esencia de la lucha, que no se halla en el filo de una espada, ni en el material con el que se fabrica una coraza, sino en la rabia pura, en la fuerza pura, y en el ánimo puro de no dejarse vencer...

Jamás. 

1 comentario:

  1. Pobres Nuan... :_(

    De verdad que dan penita sigo creyendo que merecen un hálito de esperanza.

    Un saludo

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